miércoles, 1 de abril de 2020

Antonio Sant'Elia/ Filippo Tommaso Marinetti _ Arquitectura futurista



En 1914, dos jóvenes arquitectos, Antonio Sant'­Elia y Mario Chiattone, exponen, en Milán, dibujos y planos para una «Ciudad nueva». Las ideas radicales que expresa Antonio Sant'Elia (Como 1888 - caído en Monfalcone 1916) en el prefacio del catálogo son reinterpretadas de inmediato por Marinetti, el portavoz de los futuristas italianos en un «Manifiesto de la arquitectura futurista», publicado en julio del mismo año, cuatro meses después del manifiesto de Marinetti «El esplendor de la geometría y de la mecánica y la sensibilidad de los números», y cierra la serie de las grandes proclamas futuristas. 



*Las palabras y los párrafos en cursiva fueron añadidos a la declaración de Sant'Elia por Marinetti y Cinti. 



Desde el siglo XVIII no ha existido ninguna arquitectura. Lo que se llama arquitectura moderna es una estúpida mezcla de los elementos estilísticos más variados utilizados para enmascarar el esqueleto de la casa moderna. La belleza nueva del hormigón y del hierro es profanada por la superposición de carnavalescas incrustaciones decorativas, que no están justificadas ni por la necesidad constructiva ni por nuestro gusto, y cuyo origen hay que buscar en la antigüedad egipcia, india o bizantina o en ese asombroso florecimiento de idioteces y de impotencia conocido por «neoclasicismo». 

En Italia, estos productos de rufianería arquitectónica son gratamente recibidos, y la rapaz incapacidad extranjera es calificada de invención genial, de arquitectura novísima. Los jóvenes arquitectos italianos (aquellos que alcanzan una reputación de originalidad a través de maquinaciones clandestinas de las publicaciones artísticas) muestran su talento en los barrios nuevos de nuestras ciudades, donde una alegre ensalada de columnas ojivales, de follajes del siglo XV, de arcos góticos, de pilastras egipcias, de volutas rococó, de putti del siglo xv y de cariátides hinchadas pretenden considerarse como estilo y presumen arrogantemente de monumentalidad. La caleidoscópica aparición y desaparición de formas, el multiplicarse de las máquinas, el aumento diario de las necesidades impuestas por la rapidez de las comunicaciones, por la aglomeración de la gente, por las exigencias de la higiene y cien fenómenos más de la vida moderna, no producen ninguna preocupación a estos sedicentes renovadores de la arquitectura. Siguen aplicando obstinadamente las reglas de Vitruvio, de Vignola y de Sansovino y con algunas publicaciones de arquitectura alemana en la mano tratan de reimprimir la imagen de la imbecilidad secular en nuestras ciudades, que deberían ser la inmediata y fiel proyección de nosotros mismos.

Así, este arte de expresión y síntesis se ha convertido en sus manos en un ejercicio estilístico vacuo, en una repetición de fórmulas mal empleadas para camuflar de edificio moderno la vulgar aglomeración de ladrillos y piedra. Como si nosotros, acumuladores y generadores de movimiento, con nuestras prolongaciones mecánicas, con el ruido y la velocidad de nuestra vida, pudiéramos vivir en las mismas casas, en las mismas calles construidas para sus necesidades por los hombres de hace cuatro, cinco, seis siglos. 

Esta es la suprema imbecilidad de la arquitectura moderna, que se repite con la complicidad mercantil de las academias, prisiones de la inteligencia, donde se obliga a los jóvenes a la onanística copia de modelos clásicos, en lugar de abrir sus mentes en busca de los límites y de la solución del nuevo e imperioso problema: «La casa y la ciudad futuristas». La casa y la ciudad espiritual y materialmente nuestras, en las que nuestra existencia turbulenta pueda desenvolverse sin parecer un anacronismo grotesco.



El problema de la arquitectura futurista no es un problema de readaptación lineal. No se trata de encontrar nuevas formas, nuevos perfiles de puertas y ventanas, ni de sustituir columnas, pilares, ménsulas con cariátides, mossones y ranas. Es decir, no se trata de dejar la fachada de ladrillo visto, de revocarla o de forrarla de piedra, ni de marcar diferencias formales entre el edificio nuevo y el antiguo, sino de crear ex-novo la casa futurista, de construirla con todos los recursos de la ciencia y de la técnica, satisfaciendo noblemente cualquier necesidad de nuestras costumbres y de nuestro espíritu, pisoteando todo lo que es grotesco, pesado y antitético a nosotros (tradición, estilo, estética, proporción), creando nuevas formas, nuevas líneas, una nueva armonía de contornos y de volúmenes, una arquitectura que encuentre su justificación sólo en las condiciones especiales de la vida moderna y que encuentre correspondencia como valor estético en nuestra sensibilidad. 

Esta arquitectura no puede someterse a ninguna ley de continuidad histórica; debe ser nueva, como nuevo es nuestro estado de ánimo. 

El arte de construir ha podido evolucionar en el tiempo, y pasar de un estilo a otro manteniendo inalterados los atributos generales de la arquitectura, porque, en la historia , son frecuentes los cambios de moda y los que produce la sucesión de religiones y regímenes políticos. Pero son rarísimos los factores que producen cambios profundos en las condiciones ambientales, que derrocan lo viejo y crean lo nuevo, factores como el descubrimiento de leyes naturales, el perfeccionamiento de los medios mecánicos, el uso racional y científico del material.

En la vida moderna, el proceso de la evolución estilística consecuente de la arquitectura se ha detenido. "La arquitectura rompe con la tradición. Obligatoriamente debe volver a empezar desde el principio."

El cálculo de la resistencia de los materiales, el uso del hormigón armado y del hierro excluyen la "arquitectura" entendida en el sentido clásico y tradicional. Los modernos materiales de construcción y nuestros conocimientos científicos no se prestan en absoluto a la disciplina de los estilos históricos y son la causa principal del aspecto grotesco de las construcciones "a la moda" en las que se pretende conseguir de la ligereza, de la soberbia esbeltez de la viga y de la aparente fragilidad del hormigón armado a imitar la pesada curva de los arcos y el masivo aspecto de los mármoles. 

La formidable antítesis entre el mundo moderno y el antiguo es consecuencia de todo aquello que existe ahora y antes no existía. Han entrado en nuestras vidas elementos que los hombres antiguos ni siquiera podían imaginar. Se han producido situaciones materiales y han aparecido actitudes del espíritu que repercuten con mil efectos distintos, el primero de todo la formación de un nuevo ideal de belleza todavía oscuro y embrionario, pero que ya ejerce su atracción en la multitud. 

Hemos perdido el sentido de lo monumental, de lo pesado, de lo estático, y hemos enriquecido nuestra sensibilidad con el gusto por lo ligero, lo práctico, lo efímero y lo veloz

Sentimos que ya no somos los Hombres de las catedrales, de los Palacios y de los edificios públicos, sino de los grandes hoteles, de las estaciones de ferrocarril, de las carreteras inmensas, de los puertos colosales, de los mercados cubiertos, de las galerías luminosas, de las líneas rectas, de los saludables vaciados. 

Antonio Sant'Elia, Centrale elettrica, 1914

Nosotros debemos inventar y volver a fabricar la ciudad futurista como una inmensa obra tumultuosa, ágil, móvil, dinámica en cada una de sus partes, y la casa futurista será similar a una gigantesca máquina. 

Los ascensores no deben esconderse como gusanos en los huecos de escalera, sino que éstas, ya inútiles, serán eliminadas y los ascensores treparán por las fachadas como serpientes de hierro y cristal. 

La casa de hormigón, cristal y hierro, sin pintura ni escultura, bella sólo por la belleza natural de sus líneas y de sus relieves, extraordinariamente "fea" en su sencillez mecánica, tan alta y ancha como sea necesario y no como prescriben las ordenanzas municipales, debe erigirse en el borde de un abismo tumultuoso, la calle, que ya no correrá como un felpudo delante de las porterías, sino que se construirá bajo tierra en varios niveles, recibiendo el tráfico metropolitano y comunicándose a través de pasarelas metálicas y rapidísimas cintes transportadoras. 

"Hay que eliminar lo decorativo." 

El problema de la arquitectura futurista no debe solucionarse plagiando fotografías de la China, de Persia y de Japón, o embobándose con las reglas de Vitrubio, sino a base de intuiciones geniales acompañadas de la experiencia científica y técnica. 

Todo debe ser revolucionado. Deben aprovecharse las cubiertas y los sótanos, hay que reducir la importancia de las fachadas, trasladar los problemas del buen gusto del ámbito de la moldurita, el capitelito, el portalito, al campo más amplio de las grandes "agrupaciones de masas", de la amplia "distribución de las plantas" del edificio. Basta ya de arquitectura monumental fúnebre y conmemorativa. 


Antonio Sant’Elia, perspectivas paraLa Citta Nuova (1914)


Deshagámonos de los monumentos, las aceras, las arcadas  y las escalinatas; soterremos las calles y las plazas; elevemos el nivel de las ciudades. 


Yo Combato y Desprecio: 

1.- Toda la pseudo-arquitectura de vanguardia, austríaca, húngara, alemana y norteamericana; 

2.- Toda la arquitectura clásica, solemne, hierática, escenográfica, decorativa, monumental, frívola y encantadora; 

3.- El embalsamamiento, la reconstrucción, la reproducción de monumentos y palacios antiguos

4.- Las líneas perpendiculares y horizontales, las formas cúbicas y piramidales, que son estáticas, pesadas, opresivas y absolutamente ajenas a nuestra novísima sensibilidad; 

5.- El uso de materiales macizos, voluminosos, duraderos, anticuados y costosos. 


Y Proclamo: 

1.- Que la arquitectura futurista es la arquitectura del cálculo, de la audacia temeraria y de la sencillez; la arquitectura del hormigón armado, del hierro, del vidrio, del cartón, de las fibras textiles y de todos los sustitutos de la madera, de la piedra y del ladrillo, que permiten obtener la máxima elasticidad y ligereza; 

2.- Que la arquitectura futurista, sin embargo, no es una árida combinación de practicidad y utilidad, sino que sigue siendo arte, es decir, síntesis y expresión; 

3.- Que las líneas oblicuas y las líneas elípticas son dinámicas, que por su propia naturaleza poseen un poder expresivo mil veces superior al de las líneas horizontales y perpendiculares, y que sin ellas no puede existir una arquitectura dinámicamente integradora; 

4.- Que la decoración, como algo superpuesto a la arquitectura, es un absurdo, y que solo del uso y de la disposición original del material en bruto o visto o violentamente coloreado depende el valor decorativo de la arquitectura futurista

5.- Que, al igual que los hombres antiguos se inspiraron, para su arte, en los elementos de la naturaleza, nosotros -material y espiritualmente artificiales- debemos encontrar esa inspiración en los elementos del novísimo mundo mecánico que hemos creado y del que la arquitectura debe ser la expresión más hermosa, la síntesis más completa, la integración artística más eficaz; 

6.- Que la arquitectura como arte de disponer las formas de los edificios según criterios preestablecidos está acabada; 

7.- Que por arquitectura debe entenderse el esfuerzo por armonizar con libertad y gran audacia el ambiente del hombre, es decir, convertir el mundo de las cosas en una proyección directa del mundo del espíritu; 

8.- De una arquitectura así concebida no puede nacer ningún hábito plástico o lineal, porque los caracteres fundamentales de la arquitectura futurista serán la caducidad y la transitoriedad. 

"Las casas durarán menos que nosotros. Cada generación deberá fabricarse su ciudad."




Esta constante renovación del ambiente arquitectónico contribuirá a la victoria del "Futurismo" que ya se afirma con las "Palabras en libertad", el "Dinamismo plástico", la "Música sin barras de compás" y el "Arte de los ruidos", una victoria por la que luchamos sin tregua contra la cobarde adoración del pasado.







Antonio Saint’Elia. 

Dirección del Movimiento Futurista, Milán, 11 de julio de 1914.













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