En este momento en el que se escribe tanto de arquitectura y se justifica casi todo, releer a Alejandro de la Sota resulta perturbador por la sencillez de sus escritos, concisos y directos. No pretende justificar sus obras; escoge las palabras exactas para explicar ideas, recordar vivencias y reflexionar; nos muestra su compleja personalidad y nos sentimos más cerca de su arquitectura.
Resulta estimulante escuchar un discurso tan personal que nos recuerda, una vez más, que las cosas deben hacerse nuevas cada vez.
Su pensamiento va en línea recta, directamente a lo que quiere decir con extraordinaria claridad y lucidez, sus opiniones son contundentes como puñetazos y, sin embargo, en De la Sota nada es, ni quiere ser, evidente; renuncia a ello como si fuera impertinente. Siempre deja un espacio de veladura para la sugerencia, para el descubrimiento, para hacer posible una interpretación más rica. Deliberadamente cultiva una cierta ambigüedad.
Dentro de un clima donde constantemente se reafirma la confianza en la capacidad del hombre para dar respuesta a sus necesidades, proclama una arquitectura lógica y confía en la razón y en la sensibilidad como construcción personal de la manera de entender el mundo. Renuncia tanto a una arquitectura aprendida como a la que puede enseñarse, porque la arquitectura deberá ser nueva cada vez que se produzca. Es la estructura social y la búsqueda de la razón lo que deberá crear el clima que le permita surgir, liberándose de toda una falsa cultura arquitectónica que la oprime.
Lo mismo que con su arquitectura, De la Sota busca sorprendernos y sorprenderse él mismo con el resultado renunciando a lo ya sabido. En la construcción de sus pensamientos siempre hay algo que provoca sorpresa. Su capacidad de asombro nos la transmite y provoca esa fascinación para entender de forma nueva lo que nos rodea.
Por eso el mensaje de De la Sota siempre ha sido subversivo, educadamente subversivo, y continúa perturbando. Y es esta capacidad de estimular el pensamiento y hacer que nos sintamos más libres lo que provoca su magisterio.
-J. Manuel Gallego
Alejandro de la Sota.Escritos, conversaciones, conferencias.Moisés Puente (ed.) G.G.
El 17 de agosto de 1969 muere Mies van der Rohe y en septiembre de ese mismo año la revista Arquitectura nº 129, publica el texto de Sota “La grande y honrosa orfandad", que os presentamos seguidamente en su versión completa:
Hace muy poco todavía, en clase, hablábamos de los cinco grandes; era un lenguaje para entendernos, ya que posiblemente no eran cinco, ¿más?, ¿menos?, pero sí su representación. Era grande nuestra insistencia.
Resulta, haciendo resumen, que nos salían fáciles una serie de conceptos, porque los cinco grandes habían hecho:
«Escala humana», sin hablar de ella.
«Espacios arquitectónicos», sin nombrarlos.
«Prefabricación», sin estar de tonta moda.
Arquitectura coyuntural. sin existir «coyuntura».
Resuelto muchísimos problemas, sin «problemática».
Cuidar los alrededores, introducirse en ellos, sin «Diseño del entorno».
«Brutalismo». con la mayor delicadeza.
Creado maneras de hacer, estilos, sin «estilística».
Calidades, sin «texturas»
Trabajaron y esta fue su «propuesta».
(Se habla de la síntesis de todos.)
Desearon y comprendieron una «sociedad justa» y aristocrática, lejos de la ordinariez.
Trabajaron con método: nada dijeron de «metodología».
Resolvieron la «crisis» de su tiempo.
Proyectaron y no «diseñaron».
Fueron «cultos», creando: única manera de serlo.
Enseñaron con paz y pasaron por alto la «no enseñanza».
Usaron «nuevas estructuras», novísimas, en sus obras y en sus vidas.
Vencieron batallas sin bajas.
En fin. icuánta literatura!, ¡cuántas pocas obras!
¡Inventar un lenguaje para descubrir la nada!
Impusieron sus métodos, ideas, pensamientos, porque no es estar «alienado» el hacer lo que los mejores señalan como bueno: sus realizaciones y su filosofía fue repetible y es que cada niño no tiene que «realizarse» sino a través de los mejores que les guíen. ¡Cuando falten guías!
Hoy. con la noticia de que Mies no va a seguir enseñando, como tampoco Wright. Gropius. Le Corbusier. tendremos que pensar verdaderamente en que tampoco está mal que sigamos administrando su herencia, pues realmente tampoco —en el campo de la Arquitectura— le hemos sacado tanto interés a este enorme capital. (¿Que están pasados...?)
No fue de su época y es de quienes ahora trabajan en serio el profundizar en la terrible diversificación de esfuerzos pequeños y mezquinos con resultados tan grandes en mezquindad y pequeñez; con la paz de los maestros que fueron y que tuvieron, pensemos en todo ello, sabiéndonos honrosos huérfanos llenos de
posibilidades con su recuerdo; como antes ellos, hoy los que sigan y con nuestra «crisis».
Alejandro de la Sota: «La grande y honrosa orfandad». Arquitectura 129, septiembre de 1969”.
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